El desarrollo según Curia, el economista peronista

Publicada el 24 de noviembre de 2017 en el periódico Perfil, El desarrollo según Curia, el economista peronista

Hace unos días nos encontramos con la triste noticia de que nos había dejado Eduardo Curia (1946-2017). Como otras veces, me sucedió lo mismo con Rogelio Frigerio (1914-2006), Marcelo Diamand (1929-2007), Aldo Ferrer (1927-2016) y, también, Jorge Schvarzer  (1938-2008) y Héctor Valle (1935-2015), sentí junto al dolor humano, la pérdida de quién había sido, en mayor o menor medida, referencia intelectual.  Situación que no excluye, como no podría ser de otro modo, las diferencias políticas en algún momento del camino. Así, Ferrer y Valle estuvieron en los últimos años de sus vidas del lado de un planteo económico que contradecía en una cuestión central, entre otras, lo que siempre habían sostenido como necesario al proceso de desarrollo: un tipo de cambio competitivo. Anécdotas del ámbito político que no empañarán el pensamiento de toda una vida.

Eduardo se definía, simplemente, como un “economista peronista”, agregaría que siendo más rigurosos se trataba de un macroeconomista que podemos ubicar en el campo de las corrientes heterodoxas, estructuralistas, desarrollistas. Eduardo miraba la coyuntura con visión de largo plazo, es decir, trataba de ver qué tipo de desarrollo iba configurando el set de precios relativos que la macroeconomía y la política económica determinaban. Porque, además su especialidad era la economía del desarrollo, de la que era un apasionado. En la década de los ‘80s, su visión viraría de un planteo de desarrollo más mercadointernista a otro de mayor integración al mundo.

Pero cierto es que Eduardo fue un economista que desarrolló su participación pública desde sectores vinculados al peronismo. Con la recuperación democrática se sumó a los equipos  económicos del candidato presidencial Luder, durante el Gobierno de Alfonsín se desempeñó como economista de la CGT y, luego, como asesor del precandidato justicialista Menem. Al salir electo presidente Menem,  Eduardo diría tiempo después, que la línea más ortodoxa Cavallo-Di Tella se terminó imponiendo a la línea Diamand-Curia, en la interna económica. Como testimonio de ese planteo de política económica que sostenían los que finalmente perderían quedó el libro que recopiló con el apoyo de su amigo y maestro Diamand, “Desarrollo con justicia”, en el que participaron un conjunto de economistas peronistas y desarrollistas. A pesar de la derrota en la interna, Eduardo asumió como Secretario de Política Económica con Roig y, continuó, con Rapanelli, en el denominado Plan Bunge & Born. Porque entendía que debía dar la pelea desde adentro, se quedaría en el Gobierno hasta la gestión de Erman Gonzalez, tratando de imponer sus puntos de vista.

Algo que distinguía a Eduardo de muchos economistas vulgares es el concepto de sistema, miraba la economía, sus variables, dentro del complejo conjunto que las explicaba. Es interesante la aproximación teórica que ensaya al fenómeno hiperinflacionaria que le tocó enfrentar desde el Ministerio de Economía. Eduardo, el economista que hablaba difícil, diría que la hiperinflación de 1989 conformó “el epítome (síntesis o extracto) de la descomposición del sistema económico” o “síntoma de la des-sistematización de la economía”. De ahí deducía que “la vieja contienda argumental” entre las posturas estructuralistas y monetarias perdía validez y se debía elaborar una nueva síntesis realista, que se enfrentaba al desafío de “lanzarse en los senderos de una economía abierta y abatir la hiperinflación”. Esta situación conllevaba la tensión entre estabilidad y tipo de cambio real (TCR) y, en esa coyuntura, consideraba un riesgo que se pasara del hiperdolar de la hiperinflación al hipodolar de la estabilización, como finalmente sucedió con la convertibilidad.

Eduardo coincidía con otros, como Roberto Lavagna, Juan Sourrouille, Roberto Frenkel y los economistas del CEDES, en que, como sintetizó Eduardo Conesa, “el tipo de cambio  (TC) de un país es el rey de los precios”. “En una economía abierta, sobre todo, emergente que busca intensificar sus lazos con los flujos comerciales internacionales, la importancia del tipo de cambio real, dada su proyección asignativa, es primordial”. Toma del trabajo de Sebastian Edwards, “Tipo de cambio real, devaluación y ajuste” (1989), la distinción entre TC de largo plazo y TC de corto plazo. El último es el valor que permite clarear o limpiar el mercado de transacciones cambiarias, en tanto el de largo plazo es el precio relativo entre bienes comercializables y no comercializables internacionalmente que (dado el valor de otras variables) resulta en la simultánea obtención de equilibrio interno y externo. El interrogante relevante es si, en cada momento, el tipo de cambio vigente es acorde con el TCR de largo plazo o de equilibrio. El problema es que pueden producirse desalineamientos entre ambos y “el TCR inmediato, oculto bajo el cambio nominal, sea menor que el TC de largo plazo”. Ese desalineamiento puede ser sostenido, transitoriamente, por financiamiento externo privado o deuda pública. Eduardo nos estaba hablando de la enfermedad holandesa, que en la convertibilidad se daba en el marco de un modelo de crecimiento liderado por endeudamiento externo.

La síntesis que Eduardo planteaba en los ‘90s estaba en la antítesis de lo que terminaron aplicando Menem-Cavallo con la convertibilidad: un modelo de crecimiento liderado por las exportaciones (y las inversiones). Llamativamente el planteo tenía continuidades con el que Juan Sourrouille había planteado desde la Secretaría de Planificación de la Presidencia en los tiempos de Alfonsín, “Lineamientos de una estrategia de crecimiento económico. 1985-1989”, como mirada de largo plazo, antes del lanzamiento del Plan Austral.

Habría mucho que decir sobre el modelo que planteaba Eduardo, sólo dos cosas señalaré: 1. El elemento característico es que el PIB y las exportaciones crecen a ritmos elevados y sostenidos, con un incremento relativo mayor de las exportaciones y de las inversiones y 2. “Los TC efectivos son elevados al inicio –el TCR básico alto establece la primera plataforma al respecto- y, probablemente, con el transcurrir del tiempo, la productividad va reemplazando la incidencia del TC pronunciado. La inversión es un resorte crucial para el robustecimiento de la productividad”.

Para terminar un comentario sobre mi relación con Eduardo. Lo conocí, como a tantos otros, siendo un economista recién recibido en el marco de las reuniones del Consejo Académico de la UIA que convocaba Diamand. A fines de 1996 se plantearon dos posiciones para enfrentar lo que considerábamos una convertibilidad agotada: una de salida con devaluación, que plantearon Eduardo, Valle, Conesa  y Martinez; la otra de salida del 1 a 1 en dos tiempos, con políticas selectivas que mejoraran la competitividad para hacer menos traumática la devaluación, que firmé junto a Diamand y Notcheff.





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